Después de algunos día, me tomo un tiempo para compartir algo que le ha dado vueltas a mi cabeza, por no decir, que me ha dado vueltas en la cabeza..Por algunas razones que ciertamente al Señor complace, estoy estudiando el libro de Apocalipsis nuevamente; movida quizá por la inquietud, que sobre cada uno debería generar, todo este acontecer mundial; que dicho sea de paso, pretende recrearnos en un mar de desconocimiento colectivo. Noto con pesar lo relegado que ha estado por tanto tiempo este libro, entendiendo sin duda, que tal realidad no escapa del ojo de nuestro adversario; sin embargo, menos aún escapa del control absoluto de nuestro Señor Jesucristo, Señor de nuestra vida.
Son varios los puntos que me gustaría tratar, pero lo hare con calma y sosegadamente, procurare extenderme sin apuros, disertando en la medida de lo posible cada porción escogida, con la placidez de quien saborea lo deseado; sin querer aplicar herramientas Teológica, ni Escatológicas y todo lo que al parecer se hace fundamental conocer o tener, (y no que yo no los tenga) para disertar temas bíblicos; prefiero sin embargo, dejarme mover por la Divina simpleza del Espíritu Santo de Dios, que sencillamente nos redarguye y nos da confirmación de verdad o de mentira, en la intensión de disfrutarme el proceso.
Cuando comienzas a leer el libro de Apocalipsis, desde el prologo; da la impresión de encontrarte, en alguna fastuosa reunión, donde un alto Representante oficial, se dispone a dar el más esperado e importante de los anuncios sobre la agenda de la corte, una revelación sin precedentes dándole al anuncio, una carga de solemnidad propia de la realeza; me parece escuchar al fondo hasta el sonido de algunas trompetas, dándome esa sensación de que algo de suma importancia ha de informarse y más aún, que quienes fueron escogidos para conocer el contenido de lo informado, son los más allegados y fieles príncipes del rey; a quienes él personalmente a querido honrar, otorgándoles la bendición de lo revelado, a modo de compartir con ellos, sus planes de gobierno. Después, ya a partir del verso 9, pareciera cambiar el escenario, cuando junto con Juan, como orador de orden, no solo se nos informa de lo próximo ha acontecer; sino que se nos hace participes, a fin de escribir conjuntamente con el rey nosotros también la historia; reunidos alrededor de la mesa principal, poniendo las cartas en claro de lo que significa pertenecerle; la responsabilidad que implica ostentar ese nivel de confianza y nuestra cuota de fidelidad por ocupar asientos de primera.
Pero este Rey, no tienen semejanza alguna y por mucho que otros quisieran imitarle, su aspecto ciertamente no es terrenal, no podemos más que caer a sus pies, al verle y al escucharle; desechando nuestra condición de príncipes, haciéndonos siervos al adorarle, aunque el se empeñe en vernos como iguales y prefiera acercarnos nuevamente los asientos en señal de galardón.
Hace ya casi 18 años tuve un sueño, el primero quizá de una lista, que creo no podría transcribir, a pesar de llamarlo sueño, en mi corazón sé que fue una revelación; y aunque no pretendo agotarte con los detalles, recuerdo que una luz cegadora inundo la habitación donde me encontraba y el sonido de lo que hoy entiendo era de muchas aguas, precedió a una voz que me dijo: “No temas”, con un tono masculino, imponente y al mismo tiempo cargado de una sobrenatural paz; de allí en adelante, mi vida no seria la misma.
Cuando el Señor en el verso 17, tiernamente se inclina, en señal de protección a Juan y le dice: “No tengas miedo” no puedo dejar de volver a sentir esa sensación de paz que solo el Dios Todo Poderoso puede darte, esa sensación de saberte en los mejores brazos del mundo, en los brazos del padre.
Cuando Juan comienza a escribir, no puedo más que también sentir esa sensación, de quien no quiere dejar al aire detalles; procurando al máximo, plasmar con absoluta fidelidad lo que otro nos refiere, cuanto más no lo harías, siendo Dios mismo a referírtelo?
De los libros de la Biblia, encuentro que el de Apocalipsis, es talmente práctico, buscando no ser adosado con palabras extensivas y quizá como ningún otro, procura una y otra vez, repetirnos sobre líneas, como para que no confundamos la practicidad del mensaje. ¿Será tal practicidad, la conchita de mango? , ¿La arena movediza donde tantos se hunden sin encontrar salida? Con razón el Señor exhortó hasta el cansancio, al final de los mensajes a cada iglesia, sobre lo imperativo de obligar al oído, si se tiene, de operar bajo el propósito por el cual fue creado. En algún lugar leí, que Dios en su sabiduría nos había dado dos orejas y una boca, para escuchar el doble de lo que hablamos.
Apocalipsis es seguramente el mejor lugar para poner en práctica ese adagio. Preparemos nuestros oídos para el Señor, agudizando el audio, disciplinemos nuestros sentidos; porque seguramente en el proceso y en la búsqueda de capacitar nuestro discernimiento, el volumen de su voz, será casi imperceptible; procurando que debas casi contener la respiración para que no opaque tu respiro su murmullo; luego de a poco y casi sin esperarlo, podrás distinguir la voz del amado aún en pleno centro de un mercado popular.
Gracias por acompañarme este ratico, me disfrute cada palabra; como si la hubiese a penas encontrado; tratare de tomarme otro tiempo para que junto a Juan, podamos viajar en el antes, en el ahora y el después. Te imaginas?? Saborear cada detalle del mensaje a las iglesias, encontrarnos en ellas y saber que somos protagonistas de la historia? No olvides que en esta parte se nos ha permitido también a nosotros escribirla, nuestro rey nos ha otorgado tal honor, solo que no hay tinta humana en el tintero; menos mal, porque la humana cuando mancha es indeleble al contrario de la celestial, que aún nos permite por su gracia, si nos equivocamos, borrar y escribir de nuevo; no hagamos sin embargo de esto una rutina; aprendamos de nuestros hermanos, entre ellos Juan, a fin de ser encontrados en el Señor fieles escribientes.
En la próxima oportunidad pasearemos por la iglesia de Éfeso, que sorprendente la señal de alerta que nos da el Señor allí, con referente a los que se dicen ser Apóstoles y que ciertamente no lo son; imagino que los que hoy pretenden llamarse así, no han leído Apocalipsis.
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