lunes, 21 de junio de 2010

Paseándose en medio de mi.....

Me desperté a media noche…., buscando tras las cortinas de mi habitación la luz de la luna como segura de encontrarla en medio de la oscuridad.

Después de varios días e incluso algunos meses, me pareció lógico comenzar de nuevo a escribir, la última vez que lo hice eran otros los espacios físicos que sombreaban las línea de mi ordenador y otros los paisajes de mi ventana, mudé el consultorio, la fundación y mi habitación, así que ya imaginaran las otras cosas que me ocupaban; pero ya desde antes y más aun últimamente, despierto con la inquietud en el alma de quien precisa saciar el espíritu, por eso, si he de despertar seguido, mejor es comenzar a escribir, sea esa la razón de mi insomnio, entonces quizá intentándolo, termine ayudándome a conciliar el sueño…, aun cuando sé, que no es insomnio lo que me acompaña sino estas ganas mías de no darle tregua ni descanso al fuego que llevo dentro. Una antorcha humana, bañada de fuego divino.

Si Pudiese leer la mente de mi Señor, al momento de inspirar el mensaje a la iglesia de Éfeso y pudiese poetizar sobre su mayor deseo para ellos, no dudaría en expresar que era precisamente eso lo que el Señor más anhelaba para su iglesia: reposar en nosotros ese fuego divino, que nos convierte en una antorcha humana.
Una antorcha incansable, dispuesta a permanecer encendida por la eternidad, bañada por el fuego más excelso que pueda existir, un fuego que solo en él permanece inmutable…. Pero…, que pasaría, si la antorcha que una vez iluminaba todo, comenzara a bajar su intensidad? Sera el mechero que ya no funciona o la sustancia que lo enciende deficiente?
En este mundo de ambigüedades humana pudiesen ser quizá los dos, el mechero por haber agotado la mecha y el fuego que no encuentra donde reposar, sin embargo, en Dios, ninguno de los dos muere, porque al final uno se sirve de el otro y viceversa.

Cuando leo las primeras líneas de esta carta en Apocalipsis, más que ver al Señor paseándose entre su iglesia, lo veo dentro de su iglesia (en medio de ella) encendiendo cual fuego divino cada parte de lo tocado.
Si tuvieras que señalar lo que hay en medio de ti, lo harías señalando en tus adentros o en tus afueras?

Yo, en lo personal, iría directo al centro de mi corazón, una mano en el corazón de mi pecho, por encontrarse allí la fuente energética que me da vida y la otra sobre mi otro corazón, el corazón en la frente: mi mente, por encontrase allí la fuente energética que me permite entender el valor de esa vida y al final, mi maravilloso Dios…; paseándose en medio de mi, llenándolo todo, bañándolo todo, marcándolo todo.
Con su marca indeleble y perpetua en el corazón de nuestra frente, llenando nuestros pensamientos, emociones, decisiones y su fuego excelso y ardiente, en el corazón de nuestro pecho, reavivándolo todo, comandando en equilibrio desde el centro de nuestros adentros…; lastima, que no siempre sea así.
Aún cuando creemos que nunca pudiese a nosotros ocurrirnos, siempre existirá el peligro que olvidemos el calor de ese fuego divino y no porque él en si mismo no tenga sustancia, sino por olvidar que es sobre nosotros donde el Padre ha decidido hacer reposar su llama y apáticamente caigamos en el error de no encontrar como alargar nuestra mecha.
Dios cuando le habla a la iglesia de Éfeso, lo hace entendiendo cuan perseverantes y luchadores habían sido, pero eso no hizo que escaparan de la apatía del desamor que les incitó a dejar las obras primeras.
Cuantos de nosotros al estar enamorados no nos perdemos en el desvelo de la noche, añorando el roce de la amada o del amado, acariciando el mas simple recuerdo en la espera del mas leve contacto; ese amor apasionado de los que lo dan todo, sin reservas, entregados a ese amor total.
Ese ejemplo de amor es el que Dios nos da, cuanto más no deberíamos nosotros también darle?

Esta primera carta a las Iglesias, es el preludio de lo que suele primero perderse en una relación, la pasión de los detalles; la reciprocidad afectiva que nos hace alcanzar la luna si acaso la pidiésemos dar; la fidelidad incondicional; la complicidad de los que saben estar de acuerdo y al mismo tiempo, la oportuna señal de alerta, la alarma quizá silente de lo que pudiese pasar si erramos, propiciando en el peor de los casos la perdida de un amor no valorado.

Que mejor manera de llegar al corazón de alguien sino a través del corazón mismo; tanto di, tanto te pedí; esta es la verdad que nos acompaña….Al final, la justa recompensa de los que nada entregaron: la expropiación de su herencia; la remoción y no la aprobación del llamado.
No quisiera despertar un día y saberme fuera del lugar anteriormente ocupado; esta es la señal de alerta para los efesios, los cuales somos todos….

Limpiare mis oídos, por si acaso me toca oír y en el intento procuraré extender mi mecha dejando reposar sobre mi, el fuego eterno de mi Dios, extenderé también mis raíces para que ni yo misma o cualquiera de mis estupideces me aparte del lugar que para mi ha preparado mi amado.

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